Nieto de un castrador en España
Petit-fils d’émigré hongreur en Espagne
Mi padre heredó la demarcación territorial del abuelo Pierre y también su prestigio como castrador. El prestigio lo mantuvo toda su vida laboral, pero la demarcación tuvo que reajustarla debido, en primer lugar, a la abundancia de ganado que no le permitía atender todas las demandas; por otro lado, también aumentó la competencia en la castración y tuvo que acordar con otros colegas los límites de su zona. Su demarcación definitiva comprendía la comarca de Talavera y la de la Jara para todo tipo de castración; además, en primavera, seguía castrando potros y novillos en los Montes de Toledo, y en verano podía castrar partidas de cerdos en los Montes si algún ganadero le confiaba el trabajo. En estas condiciones tuvo trabajo abundante hasta comienzo de los años cincuenta, época en que algunos de los veterinarios jóvenes comenzaron a reclamar para sí la castración. Pero la licencia de castrador seguía teniendo efectos legales, le facultaba para realizar libremente ese trabajo. Los veterinarios más agresivos intimidaban a los castradores con denunciarles, y amenazaban a ganaderos y labradores con no atender a sus ganados si utilizaban los servicios del castrador. Ante estas actitudes, algunos usuarios de los servicios de mi padre le abandonaron, aunque con pesar y vergüenza. Algunos veterinarios presentaron denuncias contra mi padre en el cuartelillo de la Guardia Civil, pero la presentación de la licencia impedía que la denuncia surtiera efecto; sin embargo, este trámite era penoso para el denunciado y generaba temor en los clientes más pusilánimes. Las dificultades para el castrador iban aumentando y los clientes disminuyendo. Evidentemente, el oficio de castrador declinaba.
A pesar de esta situación, mi padre mantenía la ilusión de enseñarme su oficio, por el que yo sentí desde niño una gran inclinación, quizá porque me atraía mucho esa forma de vida. Desde pequeño me entusiasmaba acompañar a mi padre en los mercados y las ferias de Talavera, y él accedía “para que me fueran conociendo” en el mundillo agropecuario, pues por ahí empezaba el aprendizaje. En algunas ocasiones en que yo estaba libre de tareas escolares me llevaba a la grupa cuando iba a caseríos, labranzas o huertas próximas a Talavera. Así iba viendo como castraba potros, novillos y cerdas, y él me adelantaba algunos detalles de la teoría de la castración; de esta forma iba adaptándome al ambiente del oficio. A pesar del incierto futuro del oficio, mi padre decidió comenzar mi aprendizaje sin dejar mis estudios de bachillerato, utilizando los tres meses de las vacaciones de verano. En consecuencia, en el verano de 1951, cuando yo tenía 16 años, al finalizar el curso académico (5º de bachillerato), inicié el aprendizaje.
Mi padre entendió que no era rentable adquirir un caballo para sacarle rendimiento sólo durante tres meses, por lo que decidió que yo utilizara la bicicleta como medio de locomoción. Tenía una buena bicicleta, de color azul metalizado, de plato único (lo normal en aquella época); estaba equipada con faro y dinamo para rodar de noche y con trasportín para el equipaje. Las carreteras y muchos caminos entre pueblos y alquerías eran viables para la bicicleta; sin embargo, los caminos para acceder a algunas dehesas y caseríos, sobre todo en zonas agrestes y escabrosas de La Jara Alta, no eran apropiados para la bicicleta. En estos casos, o bien cabalgaba a la grupa con mi padre, o los posaderos o algún amigo nos proporcionaban un caballo o yegua de los que utilizaban como animales de tiro y de montura. En algunos casos eran animales rudos pero aceptables para cabalgar. En cualquier caso, yo disfrutaba más cabalgando que utilizando la bicicleta; ésta me parecía una caricatura del caballo, era como un objeto extraño en el marco del mundo rural. No obstante, disfruté mucho rodando por aquellos caminos, aunque a veces resultara fatigoso. Durante ese verano y el siguiente tuve ocasión de vivir intensamente el oficio, acompañando a mi padre por pueblos, dehesas, labranzas, caseríos, casas de labor, yeguadas y parideras.
Aquellos veranos viví en un ambiente cervantino de posadas y paradores, ferias y mercados. Anduve entre buhoneros y tratantes, hacendados, ganaderos, gañanes, yegüeros, porqueros, labradores y jornaleros; entre ellos encontré personas honradas y trabajadoras, también vagas y vividoras, y quijotes y sanchos. Yo captaba las costumbres de aquellas gentes, su carácter, su trato, sus ideas, sus anhelos y esperanzas, sus relaciones humanas. Inevitablemente enjuiciaba aquel mundo nuevo para mí. Advertí que la hidalguía y la cordialidad podían habitar en un traje de burda pana y andar sobre abarcas, mientras que la corbata y el terno escondían a veces la soberbia y la mezquindad. Me adaptaba bien a aquella forma de vida, incluso me parecía hasta emocionante desde la perspectiva juvenil. A fuerza de andar por montes y valles, navas y vegas, rañas y berrocales, rastrojos y barbechos, huertos y alijares, me sentía parte del paisaje. Fueron días duros, de sol y polvo, de caminos y veredas, de continuos desplazamientos a cualquier hora del día para trabajar en pueblos y villas, alquerías y labranzas. El oficio de castrador era andariego, como el de caballero andante. Era un oficio duro, pero rentable; era digno y antiguo. Cervantes lo mencionaba en el Quijote: cuando el caballero andante, en su primera salida, se acoge a una venta y, en su desvarío, cree estar en un castillo atendido por princesas y doncellas, dice Cervantes: Estando en esto llegó acaso a la venta un castrador de puercos, y así como llegó sonó su silbato de cañas cuatro o cinco veces, con lo cual acabó de confirmar Don Quijote, que estaba en algún famoso castillo, y que le servían con música [El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. Tomo primero, capítulo segundo, página 246. Editorial Aguilar, 1960].
Hasta entonces yo había vivido en un ambiente familiar y social protector, aquellos veranos conocí una forma de vida distinta. Al convivir entre aquellas gentes de muy distinta condición social pude comprobar que en la sociedad rural las condiciones laborales y socioeconómicas eran incoherentes. La mayoría de los trabajos eran duros y los salarios bajos. En muchos casos, la jornada laboral era extenuante, de sol a sol, pero con salarios propios de una economía de subsistencia. Pude comprobar la penuria en que vivían los asalariados y los pequeños labradores, me chocaba y conmovía la resignación, dignidad y decoro con que la mayoría de ellos soportaban una situación tan menguada e injusta. Parece que algunos valores humanos se manifiestan mejor en la penuria que en la riqueza. Aquellas primeras experiencias de adulto se grabaron profundamente en el alma abierta a todos los sueños de un muchacho de dieciséis años; fueron vivencias decisivas para la conformación de mi personalidad, más que otras posteriores que quizá han sido más categóricas en mi vida, o incluso más brillantes desde la perspectiva de la vanidad social.
Me amoldaba bien a aquella vida y a aquel oficio, pero se truncó mi sueño de seguir el camino de mi abuelo y de mi padre. El oficio pertenecía a una época que agonizaba ante los primeros embates de la modernidad. El último verano de aprendiz (1952), mi padre comprendió que no tenía sentido transmitir un oficio sin futuro. En el mes de septiembre, poco antes de la feria de san Mateo (día 23), me confesó desconsolado que yo no podía seguir su camino, tenía que olvidarme del oficio y pensar en otra profesión. Expresó claramente lo que ambos sabíamos y callábamos: debía olvidar mi sueño de continuar aquel oficio familiar que finalizaba con mi padre. A pesar de todo, yo sentía la satisfacción de haber vivido el ambiente del oficio y comprobado sobre el terreno el prestigio de mi padre. También me sentía orgulloso por haber conocido en los lugares más recónditos muchas personas de distinta condición que aún recordaban a mi abuelo Pierre con afecto y nostalgia.
Durante el curso escolar 1952-1953 sopesé las posibilidades que me brindaban las circunstancias personales, familiares y, sobre todo económicas, para buscar otros derroteros profesionales. Al finalizar ese curso (último del bachillerato), me presenté al Examen de Estado para obtener el título de bachiller, y una vez conseguido éste, decidí prepararme para opositar al ingreso en la Academia General del Aire. Logrado el ingreso, me incorporé a la Academia en septiembre de 1955, y superado el plan de estudios académico, obtuve el empleo de teniente en julio de 1959. Había cambiado los caminos terrestres por las rutas aéreas.
Me adapté bien a la profesión militar, aunque mi sentido humanista de la vida discrepaba de ciertos resabios militaristas que aún existían en el ejército. Eran hábitos disciplinarios excesivamente rígidos que exigían la sumisión total a los criterios del mando, por encima de ordenanzas y reglamentos, incluso en aspectos ajenos a la milicia. El rigor disciplinario degradaba las relaciones humanas, lo que dificultaba el trabajo en equipo, y perjudicaba la eficacia. Durante más de veinte años presté servicios como piloto en las unidades operativas de transporte aéreo, y como mando en los empleos de comandante, teniente coronel y coronel. El tiempo de mando en las unidades operativas era una condición reglamentaria para el ascenso. En esta etapa de mi vida profesional realicé todo tipo de misiones de transporte aéreo: logísticas (transporte de personal y de cargas), y de combate (lanzamiento de paracaidistas y de material en apoyo a las operaciones); incluso efectué misiones de reconocimiento en ejercicios militares y en apoyo a la represión del contrabando marítimo. Desempeñé misiones de vuelo por toda la geografía española, incluyendo Ifni y Sáhara español para abastecer a las fuerzas desplegadas en aquellos territorios. Asimismo realicé vuelos esporádicos por Europa, sobre todo a Francia, Italia, Bélgica y Alemania. El contacto con fuerzas aéreas europeas enriqueció mi bagaje profesional.
La duración del servicio en unidades operativas ocupaba aproximadamente la mitad de la vida profesional, el resto del tiempo había que trabajar en los órganos de mando, dirección, gestión y administración. Pero para ocupar puestos de cierta responsabilidad en dichos órganos era necesario ser diplomado de Estado Mayor; por ello, en el empleo de comandante, solicité realizar el curso correspondiente que se impartía durante dos años en la Escuela Superior del Aire. Obtenido el Diploma trabajé en el Estado Mayor del Aire, primero en la División de Operaciones, donde fui nombrado jefe del Programa SCCAM para organizar e implantar un Servicio de Control de la Circulación Aérea Militar. Después pasé a la División de Logística, donde tomé contacto con la organización, el ordenamiento y la gestión de los recursos materiales, económicos y humanos. En este destino, formé parte de un grupo creado para el estudio y ordenación del personal del Ejército del Aire a partir de las funciones a realizar y los puestos de trabajo necesarios. También fui designado como representante del Estado Mayor del Aire en una Comisión Interejércitos de Personal, creada por Orden Ministerial de Defensa, para regular y armonizar la carrera militar en los tres ejércitos
Destinado posteriormente al Ministerio de Defensa, presté servicio en la Dirección General de Personal, después en el Gabinete del Subsecretario y finalmente en la Dirección General de Enseñanza. En estos destinos tuve el privilegio y la satisfacción de participar activamente en la reforma de las Fuerzas Armadas españolas. Una reforma que exigió un gran esfuerzo, pues la resistencia al cambio era considerable; los sectores más inmovilistas se oponían radicalmente. Hubo que superar muchos obstáculos, incluso el intento de golpe de estado de febrero del año 1981. A pesar de todo, los resultados obtenidos fueron aceptables. El objetivo de la reforma era reconvertir un ejército, vencedor en una guerra civil, con una gran carga ideológica que tergiversaba la naturaleza y los principios propios de una fuerza armada al servicio de una comunidad nacional. El ideario de aquel ejército era fuertemente militarista, consideraba el ejército como “la columna vertebral de la patria”, era como un estado dentro del Estado; no estaba al servicio de la comunidad nacional, sino de de una ideología partidista. Este “espíritu militar” afectaba no sólo a la finalidad del ejército, sino también a la organización, los medios y la operatividad. Era necesario modernizarlo y reconvertirlo en una institución militar propia de un Estado democrático. Un ejército sujeto al poder civil y al servicio exclusivo del bien común de los ciudadanos en el área de la defensa. Había que dotarle de las capacidades necesarias para cumplir sus misiones constitucionales. Era imprescindible ajustar la organización y la dimensión de la fuerza a los recursos establecidos por el Estado para la defensa nacional; para lo cual había que racionalizar y estructurar los medios materiales y humanos para conseguir una capacidad operativa adecuada; una capacidad que sirviera para operar y colaborar con los ejércitos de la Unión Europea en misiones humanitarias y de mantenimiento de la paz.
Ascendido a General de División fui nombrado Jefe del Estado Mayor del Mando Aéreo del Estrecho, donde presté servicio hasta pasar a la reserva al cumplir la edad reglamentaria. Cerraba así una carrera profesional satisfactoria, tanto en el servicio aeronáutico en las unidades operativas, como en el trabajo en los órganos de mando y dirección. Desde mi perspectiva personal, lo más destacable y satisfactorio para mí fue el trabajo realizado en los organismos y comisiones creados al efecto para la reforma de las Fuerzas Armadas. Así finalizaba felizmente la carrera militar de aquel aprendiz de castrador malogrado. A pesar de aquella frustración, las experiencias vividas en el ámbito profesional de mi abuelo Pierre y de mi padre me dejaron un recuerdo imborrable de aquel mundo, de sus gentes, de sus paisajes y caminos. Este recuerdo ha sido siempre un referente vital en la trayectoria de mi vida.
Mon père hérita du quartier du grand-père Pierre ainsi que de sa notoriété de hongreur. Il conserva ce prestige toute sa vie active. Son quartier, il dut le réduire à cause de l'abondance de bétail qui ne lui permettait pas d'honorer toutes les demandes puis de la concurrence croissante dans la castration. Il dut se mettre d'accord avec d'autres collègues sur les limites de sa circonscription. Sa zone définitive comprenait la région de Talavera et celle de Jara pour tout type de castration. De plus, au printemps, il continuait à castrer des poulains et des taurillons dans les Monts de Tolède et en été il pouvait y châtrer des portées de cochons si quelque éleveur lui en confiait le travail. Dans ces conditions, son travail abonda jusqu'au début des années cinquante, époque à laquelle certains jeunes vétérinaires commencèrent à réclamer le monopole de la castration.
Mais la licence de hongreur gardait son caractère légal, les autorisant à pratiquer librement ce métier. Les vétérinaires les plus vindicatifs intimidaient les hongreurs en les dénonçant et menaçaient les éleveurs et les paysans de ne pas soigner leur bétail s'ils utilisaient les services des châtreurs. Etant donné ces attitudes, certains usagers des services de mon père l'abandonnèrent mais à regret et honteux. Certains vétérinaires portaient plainte contre mon père au poste de police mais la présentation de sa licence empêchait que la dénonciation soit suivie d'effet. Cette démarche était cependant pénible pour l'accusé et générait de la crainte parmi les clients les plus pusillanimes. Les difficultés du hongreur allaient augmentant tandis que la clientèle allait diminuant. Il était évident que le métier de châtreur déclinait.
Face à cette situation, mon père caressait le rêve de m'enseigner son métier, pour lequel j'éprouvais depuis l'enfance un irrésistible penchant, surtout pour son mode de vie. Dès ma petite enfance, j'adorais accompagner mon père aux marchés et foires de Talavera et lui l'acceptait pour me faire connaître dans le monde clos de l'agriculture et l'élevage car c'est par là que commençait tout apprentissage. Si à l'occasion j'étais libéré des tâches scolaires, il m'emmenait en croupe pour aller dans des hameaux, des propriétés ou des huertas proches de Talavera. C'est ainsi que je voyais comment il castrait les poulains, les taurillons et les porcelets. Lui m'initiait à quelques bribes de la théorie de la castration et ainsi je m'adaptais progressivement à l'ambiance du métier.
Malgré l'avenir incertain du métier, mon père décida de commencer mon apprentissage sans abandonner mes études de bachelier, en utilisant les trois mois de vacances d'été. Par conséquent, durant l'été 1951, mes seize ans accomplis, l'année scolaire terminée, je commençais l'apprentissage.
Mon père comprit qu'il n'était pas rentable d'acquérir un cheval pour l'utiliser trois mois, il décida donc que j'utiliserais la bicyclette comme moyen de locomotion. J'avais une bonne bicyclette couleur bleu métallisé, à plateau unique, le plus courant à cette époque ; elle était équipée d'un phare et d'une dynamo et d'un porte-bagage. Les routes et de nombreux chemins entre villages et fermes étaient praticables à vélo ; cependant les chemins d'accès à certains pâturages et hameaux, surtout dans les zones agrestes et escarpées de la Haute Jara, n'étaient pas appropriés. Dans ces cas-là, soit je chevauchais en croupe avec mon père, soit sur un cheval de trait ou de monture prêté par les aubergistes ou un ami. C'était parfois des animaux rudes mais acceptables pour les chevaucher.
En tout cas, j'étais mieux à cheval qu'à bicyclette. Elle me semblait être une caricature du cheval et un objet étranger au monde rural. Cependant j'ai eu beaucoup de plaisir à rouler sur ces chemins, même si parfois cela était fatiguant.
Durant cet été-là et le suivant, j'eus l'occasion de vivre intensément le métier, accompagnant mon père dans des villages, des pâturages, des terres de labour et des hameaux, des fermes, des granges, auprès des troupeaux de chevaux et des lieux où les femelles mettaient bas.
Je vécus ces étés-là dans une ambiance digne de Cervantes, d'auberges et paradors, foires et marchés. J'allais parmi les camelots et maquignons, les éleveurs et valets de ferme, les gardiens de juments et porcs, les paysans et les journaliers. Je rencontrais parmi eux des personnes respectables et travailleuses mais aussi des personnes paresseuses et économes, des Quijotes et des Sanchos. Je saisissais les coutumes de ces gens-là, leurs caractères, leurs manières d'agir, leurs idées, leurs désirs et espoirs, leurs relations humaines. Inévitablement, je jugeais ce monde nouveau pour moi. Je remarquais que la noblesse et la cordialité pouvaient aller de pair avec un costume de velours grossier et des pieds chaussés de sabots, tandis que la cravate et le complet trois pièces pouvaient cacher orgueil et mesquinerie. Je m'adaptais bien à ce mode de vie qui me paressait même émouvant dans la perspective juvénile. A force d'aller par monts et par vaux, cuvettes et plaines, maquis et chaos granitiques, chaumes et jachères, huertas et friches, je me sentais intégré au paysage. Ce furent des jours difficiles de soleil et de poussière, de chemins et de sentiers, de continuels déplacements, travaillant à toute heure du jour dans ces villages, hameaux et fermes.
Le métier de châtreur était itinérant comme celui de chevalier errant. C'était un métier dur mais rentable ; il était digne et ancien. Cervantes y faisait référence dans le Quijote. Quand le chevalier errant à sa première sortie, se réfugie dans une auberge et que dans son égarement, il croit être dans un château, accueilli par des princesses et des damoiselles, Cervantes dit ; « Sur ces entrefaites, arriva par hasard un châtreur de porcs et comme il arrivait, son sifflet de roseau sonna quatre ou cinq fois, et ainsi Don Quichotte eut la confirmation qu'il était dans quelque château célèbre et qu'on le servait en musique » [El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. Tomo primero, capítulo segundo, página 246. Editorial Aguilar, 1960]
Jusqu'alors j'avais vécu dans un milieu familial et social protecteur, ces étés-là je connus une manière de vivre différente. En cohabitant avec ces gens de condition sociale distincte, je pus constater que dans la société rurale, les conditions de travail et socio-économiques étaient incohérentes. La plupart des travaux étaient durs et les salaires bas. Le plus souvent, la journée de travail était exténuante, du lever au coucher du soleil mais assortie de salaires propres à une économie de subsistance. Je pus constater la pénurie dans laquelle vivaient les salariés et les petits paysans, et m'indignais et compatissais devant la résignation, la dignité et la pudeur avec lesquelles la majorité d'entre eux supportaient une situation aussi précaire et injuste. Il semble que certaines valeurs humaines se manifestent mieux dans la pénurie que dans la richesse. Ces premières expériences d'adulte se gravèrent profondément dans l'âme malléable aux rêves d'un garçon de seize ans ; ce furent des expériences décisives pour la formation de ma personnalité, plus que d'autres postérieures et elles ont été plus catégoriques dans ma vie ou même plus brillantes du point de vue de la vanité sociale.
Je m'adaptais bien à cette vie-là et à ce métier-là mais se brisa le rêve de suivre la carrière de mon grand-père et de mon père. Le métier appartenait à une époque qui agonisait sous les premiers assauts de la modernité. Mon dernier été 1952 comme apprenti, mon père comprit que transmettre un métier sans avenir n'avait pas de sens. Au mois de septembre, peu avant la foire de la Saint Mathieu (le 23), il me confessa, désolé, que je ne pourrais pas suivre sa voie, que je devrais oublier le métier et penser à une autre profession. Il exprima clairement ce que tous deux savions mais taisions : je devais oublier mon rêve de poursuivre ce métier familial qui s'achevait avec mon père. Malgré tout, j'éprouvais la satisfaction d'avoir vécu dans le milieu du métier et mesuré sur le terrain le prestige de mon père. Je me sentais fier aussi d'avoir rencontré dans les lieux les plus reculés, beaucoup de gens de toutes conditions se souvenant encore avec affection et nostalgie, de mon grand-père Pierre.
Au cours de l'année 1952-53 je soupesai les possibilités que m'offraient les circonstances personnelles, familiales et surtout économiques dans la recherche d'autres voies professionnelles. A la fin de l'année scolaire (la dernière du Lycée), je me présentai à l'examen national pour obtenir le titre de bachelier, et celui-ci en poche, je décidai de préparer le concours d'entrée à l'Ecole de l'Armée de l'Air. Reçu au concours d'entrée, j'intégrai l'école en septembre 1955 et après avoir réussi la carrière académique, j'obtins le grade de lieutenant en juillet 1959. J'avais troqué les chemins terrestres contre les voies aériennes...
Je m'adaptais bien à la profession militaire, même si mon sens humaniste de la vie s'opposait à certains militaristes pédants qui existaient encore dans l'armée. C'était des habitudes disciplinaires excessivement rigides qui exigeaient la soumission totale aux critères de commandement, au-delà des ordonnances et des règlements et même en dehors des codes de l'armée. La rigueur disciplinaire dégradait les relations humaines, ce qui perturbait le travail en équipe et nuisait à son efficacité. Pendant plus de vingt ans, j'ai assuré les fonctions de pilote dans les unités opérationnelles de transport aérien et l’exercice de l'autorité comme commandant, lieutenant-colonel et colonel. La période de commandement dans les unités opératives était une condition réglementaire pour la promotion.
Pendant cette étape de ma vie professionnelle, j'ai réalisé toutes sortes de missions de transport aérien : logistiques (transport de personnel et marchandises) et de combat (lâcher de parachutistes et de matériel en soutien des opérations) ; j'ai même effectué des missions de reconnaissance lors des exercices militaires et en appui à la répression de la contrebande maritime. J'effectuais des missions de vol dans toute la géographie espagnole y compris à Ifni et au Sahara espagnol, pour fournir les forces déployées sur ces territoires. J'ai également réalisé des vols sporadiques en Europe, surtout en France, Italie, Belgique et Allemagne. Le contact avec les forces aériennes européennes enrichissait mon bagage professionnel.
La durée du service dans les unités opératives occupait approximativement la moitié de la vie professionnelle et le reste du temps il fallait travailler dans les organes de commandement : direction, gestion et administration. Mais pour occuper ces postes d'une certaine responsabilité dans de telles instances, il fallait être diplômé de l'État-Major. C'est pourquoi dans l'emploi de commandant, je me portai candidat pour les cours correspondants, dispensés pendant deux ans à l'École Supérieure de l'Air. Après l'obtention du diplôme, j'ai travaillé à L'État-Major de l'Air, d'abord dans la division des opérations où j'ai été nommé chef du programme SCCAM pour organiser et implanter un Service de Contrôle de la Circulation Aérienne Militaire. Je suis ensuite entré dans la division de la logistique où j'ai pris contact avec l'organisation et la gestion des ressources matérielles, économiques et humaines. Pendant cette affectation, j'ai participé à un groupe créé pour l'étude et la gestion du personnel de l'Armée de l'Air dans l'optique des fonctions à réaliser et des postes de travail nécessaires. J'ai été aussi désigné comme représentant de l'Etat-Major de l'Air dans une commission interarmées du personnel créée par ordre ministériel de la Défense pour réguler et harmoniser la carrière militaire dans les trois armées.
Destiné ensuite au Ministère de la Défense, j'ai exercé des fonctions à la Direction Générale du Personnel, puis au Cabinet du Sous-Secrétaire et finalement à la Direction Générale de l'Enseignement. A ces postes, j'ai eu le privilège et la satisfaction de participer activement à la réforme des Forces Armées espagnoles. Une réforme qui exigea un grand effort car la résistance au changement était considérable ; les secteurs les plus réticents s'opposant radicalement. Il fallut surmonter de nombreux obstacles et même la tentative de coup d'état de février 1981. Malgré tout, les résultats obtenus ont été acceptables. Le but de la réforme était la reconversion d'une armée victorieuse d'une guerre civile avec une grande charge idéologique qui faussait la nature et les principes d'une force armée au service d'une communauté nationale. L'idéologie de cette armée-là était fortement militariste, considérait l'armée comme « la colonne vertébrale de la patrie », était comme un état dans l'État ; elle n'était pas au service de la communauté nationale mais bien d'un idéal partisan. Cet « esprit militaire » nuisait non seulement au but de l'armée mais aussi à son organisation, ses moyens et son fonctionnement. Il fallait la moderniser et la reconvertir en une institution militaire propre à un état démocratique. Une armée soumise au pouvoir civil et au service exclusif des citoyens dans le domaine de la défense. Il fallait la doter des capacités nécessaires pour accomplir ses missions constitutionnelles. Il était indispensable d'ajuster l'organisation et la dimension de la force aux ressources établies par l'Etat pour la défense nationale ; à cet égard il fallait rationaliser et structurer les moyens matériels et humains pour acquérir une capacité opérationnelle appropriée ; une capacité qui serve à opérer et collaborer avec les armées de l'Union Européenne dans des missions humanitaires et de maintien de la paix.
Promu Général de Division, j'ai été nommé Chef d'État-Major du Commandement Aérien du Détroit où j'ai servi jusqu'à mon passage dans la réserve, l'âge réglementaire accompli. Se refermait alors une carrière professionnelle réussie, tant au service aéronautique des unités opératives qu'en travaillant dans les organes de direction. Le plus remarquable et satisfaisant pour moi a été le travail réalisé dans les organes et commissions créés dans le but de réformer les forces armées. C'était ainsi la fin heureuse d'une carrière militaire de cet apprenti-hongreur malheureux. Malgré cette frustration, les expériences vécues dans le domaine professionnel de mon grand-père Pierre et de mon père m'ont laissé un souvenir indélébile de ce monde : ses gens, ses paysages et ses chemins. Ce souvenir est toujours resté une référence primordiale dans ma trajectoire de vie.